| jueves, 10 de enero de 2008 | 14:12



NIVEL 13


La anécdota es famosa. Un Frank Lloyd Wright septuagenario recibió una queja de Mrs. Kaufmann, dueña de la legendaria casa de la cascada: tenía goteras sobre la mesa del comedor. La respuesta del arquitecto fue rotunda: mueva la mesa. Después de lograr construir sobre el agua, debió de parecerle una minucia.

Esa es la impresión que tengo respecto a los videojuegos, que como no movamos la mesa, es decir, como no nos adaptemos, la gotera digital va a seguir cayendo con la minuciosidad de un martirio chino. Aun reconociendo que el mundo está como un cencerro, un planeta donde Benidorm se ha convertido en el modelo a seguir según las últimas tendencias arquitectónicas, se paga por un mechón de John Lennon 33.600 euros, el vídeo más visto en Youtube es un chino tirándose pedos con la axila o a las moscas borrachas en experimentos universitarios les da por intentar cepillarse a congéneres del mismo sexo, que la reina de Inglaterra esté enganchada a la Wii, la maquinita de Nintendo donde no hay hilos y todo funciona por vibración y sonido, ya es lo más. Pero no sólo eso, su majestad ha sucumbido del todo a las nuevas tecnologías y ha aprendido a enviar correos con una Blackberry, navega por Internet, usa un iPod y tiene móvil. O sea, que para sofocar el incendio está echándole más gasolina.

La invasión de los videojuegos es tan imparable que incluso series como Los Soprano, Mujeres Desesperadas, Los Simpson, Urgencias o CSI, que suelen tener un tope de 24 episodios al año, para no dejar con el mono a sus consumidores se trasladan a las pantallitas a base de versiones para PC, Wii o Xbox a fin de que éstos puedan convertirse en investigadores forenses, mafiosos o mujeres al borde de un ataque de nervios. Más madera, es la guerra.

En un mundo de masas y vínculos tanto emocionales como ideológicos cada vez más frágiles, es evidente que los videojuegos son los que mejor reflejan el Zeitgeist, un concepto de diversión colectiva, un juego sin compromisos con duración y profundidad pactada de antemano. Además, es el medio que mezcla todos los fragmentos del siglo XXI, la tele, la música, la fotografía, el vídeo... y los agita hasta que crea una combinación adictiva hasta el punto de que la consola ha unido a más gente y de carácter más heterogéneo a su alrededor que las asistencias dominicales a misa o el Un, Dos, Tres en los arcádicos tiempos de las audiencias de dos canales. Su gigantesca oferta bélica, pornográfica, lúdica, cívica o clínica ha saltado incluso la barrera intergeneracional de forma que, en estos momentos, la edad media de los comulgantes a pasado de los 18 a los 35 en un salto de la rana digno de El Cordobés. Ya lo decía Shigeru Miyamoto, el gurú de la industria del entretenimiento, diseñador de la consola Wii, la primera en la que el cuerpo del jugador hace de mando a distancia y que vende unos 1,8 millones de aparatos al mes: como adultos tenemos límites, pero como niños, ninguno.

¿Y qué hay de Ignacio del Valle?, se preguntará algún lector, ¿qué piensa de este fenómeno? Yo, señores, no pienso nada, porque me acabo de comprar la última versión de la peli 300 para mi consola y sólo puedo concentrarme en el siguiente nivel de juego. Que se preparen los persas, porque voy a repartir estopa hasta despellejarme el pulgar.