| jueves, 22 de mayo de 2008 | 0:06




RIBADESELLA, PARAÍSO (SOBRE)NATURAL


El fin de semana pasado estuve en Ribadesella. Suelo ir bastante cuando quiero descansar en serio. Para ser sinceros, es mi lugar preferido de Asturias, una historia de amor que dura prácticamente desde que nací, porque me criaron entre la villa y Oviedo. No me canso de recomendarlo a todo el mundo y por todo el mundo. Es un lugar ideal para irse con amigos, novios, esposos, amantes o hijos, y especialmente en esta época, en la que se respira una tranquilidad infinita. Quien quiera montaña la tiene, quien prefiera el mar, tiene todo el Cantábrico para él solito. Tomarse el vermú por la mañana junto al puerto es una delicia. Salir a cenar por la noche y después darse un paseo es lo más. No hace falta comentar que sus fiestas de las piraguas son tan impresionantes como los San Fermines.

En fin, como anécdota particular, mi madre siempre me cuenta que vi mi primera película en Ribadesella. Por lo visto, de pequeño era un berrón, que se dice, no paraba quieto, y me llevó con ella a ver El Padrino. Yo no debía de tener más de dos o tres años. Y cuenta que cuando sonaron los primeros acordes de la banda sonora me quedé inesperadamente quieto, pero que lo más sorprendente es la cara que puse cuando apareció Vito Corleone: unos ojos como platos. A partir de ahí permanecí totalmente absorto en todos aquellos resplandores que aparecían en la pantalla y no volví a dar guerra hasta el The End. Por lo visto, ya apuntaba aficiones -o las aficiones se crearon ese día-. Ni que decir que El Padrino sigue siendo una de las películas más valoradas por mi madre, a la altura misma de los chupetes mojados en miel.