| martes, 15 de julio de 2008 | 0:06


UN GUIRI EN NUEVA YORK: GREENWICH VILLAGE

Lo verdaderamente grande no implica tamaño, sino proporción. Esa fue la definición que invadió mi cabeza en cuanto pisé Greenwich Village. En una ciudad como Nueva York en la que, como opinaba Godzilla, el tamaño es lo único que importa; una urbe donde todo ruge, marcha frenético y te engulle sin prestarte atención, The Village, El Pueblo, como lo denominan los newyorkers, fascina por su contención, su encanto y su savoir faire. Su mismo trazado ya da una intuición de esa vocación a la contra: al suroeste de un Manhattan titánico y geométrico, el Village dibuja un íntimo y extraño trazado deudor de los antiguos límites de sus granjas y riachuelos.
El Village es una zona lujosa, pero no en el sentido que puede serlo el Upper East Side, por ejemplo, sino un lujo entendido como orden, belleza y calma. Ya desde el parque de Washington Square se puede comprobar el aire bohemio e inconformista de toda el área, acentuada por la presencia de cientos de estudiantes multiétnicos de la New York University. No obstante, su esencia artística quedó decidida cuando en 1916, junto al arco de mármol blanco que conmemora el centenario de la proclamación de George Washington, un grupo de artistas encabezados por Marcel Duchamp y John Sloan declararon la república libre e independiente de Washington Square, Estado de Nueva Bohemia. Desde entonces ha sido refugio de numerosos escritores, músicos y artistas de toda laya y condición, Edith Wharton, Edward Hooper, Henry James, John Dos Passos, Dustin Hoffman, Eugene O,Neill, E. E. Cummings… El parquecito no desentona con tal credo y está lleno de estudiantes, parejas de toda condición sexual, mascotas, músicos, y se halla cercado por puestos de libros de segunda mano. Como curiosidad cabe decir que en la universidad de Nueva York se inventaron el telégrafo de Samuel Morse, el revólver de Samuel Colt y se realizó el primer retrato fotográfico de John W. Draper.
Siguiendo nuestro periplo hacia el West Village, desembocamos en Sheridan Square, el corazón de Greenwich, donde confluyen siete calles y que respira armonía y elegancia, aunque tenga una propensión histórica a los follones. Uno de los más famosos fue el de la revuelta gay de Stonewall, el garito de Christopher Street donde comenzó la batalla campal que abrió el armario global de los homosexuales. Siguiendo esta calle hasta su cruce con Greenwich Avenue encontramos un fetiche artístico, Patchin Place, un pequeño conjunto de viviendas que imanaron a numerosos escritores famosos, entre ellos John Reed, que escribió en ellas Diez días que estremecieron al mundo, su testimonio sobre la Revolución de Octubre. A pocos metros, otra joya, Jefferson Market Courthouse, un precioso edificio estilo gótico veneciano, que ha servido para tareas tan heterogéneas como parque de bomberos o tribunal y que ahora alberga una biblioteca de la universidad. Hay que merodear por estas calles, pasear para imbuirse de su aire bohemio y contemplar al detalle las hileras de encantadoras casas, paseos arbolados y recónditos callejones. Siguiendo Christopher Street y continuando por Bedford, entre numerosos bares y librerías hallamos más sancta santorum artísticos, casas como las de Twin Peaks, Grove Court o el 75 y medio de Bedford Street, la vivienda más estrecha de Nueva York, de tan solo 2,9 metros, donde durmieron actores de la talla de John Barrymore o Cary Grant -no olvidar que justo a su lado está el Cherry Lane Teather, donde se representaba Godspell en los 60-. Visita ineludible en este vagabundeo es el Chumley,s, el bareto de la calle Bedford donde prácticamente tuvieron su despacho en algún momento de sus vidas escritores como Dylan Thomas, Steinbeck, Hemingway, Salinger o Kerouak. A este respecto siempre recuerdo la frase de otro enamorado de Nueva York, el escritor Brendan Behan: no soy un escritor con problemas de alcoholismo, sino un alcohólico con problemas de escritura. Muchos de los anteriormente citados firmarían esta declaración de intenciones. Y para finalizar nuestro deambular alrededor de Washington Square no nos podríamos ir sin echarle un vistazo a la hilera de atractivas casas de St. Luke,s Place. Para los fetichistas sin remedio, el número 10 era el hogar de la familia Huxtable en El show de Bill Cosby, en el 4 Audrey Herpurn rodó Sola en la oscuridad, y en el 16 Theodore Dreiser escribió An American Tragedy.
A medida que nos acercamos al río Hudson y el Meatpacking District, Nueva York puede intuirse de nuevo, su actividad, sus neones, su polución, su asfalto, pero aún hay algo invisible que la mantiene a distancia. Por el Meatpacking tomaban sus copas y hacían sus compras las protagonista de Sexo en Nueva York, con su estilo urbanita y desenfadado. Y realmente te puedes acabar creyendo un personaje secundario de la serie al recorrer los locales, tiendas y hoteles de moda que llenan esta zona ahora rehabilitadísima. A grosso modo conviene no perderse el Gansevoort, un hotel de lujo con piscina climatizada y zona de fiesta para gente guapa, boutiques como la de Stella McCarthey o Alexander McQueen, los locales de copas como el Cielo o el Lotus, o restaurantes como el Florent o el Pastis, un café de estilo francés que es uno de los lugares de reunión habitual de estas heroínas televisivas. Bon appétit.